
Hay un momento final en La Muerte en Venecia de Visconti en que Tadzio, encarnación de la belleza perdida, se eleva sobre un mar intangible y señala al horizonte. En ese instante, el protagonista, un Aschenbach agónico, sabe que ha alcanzado lo que buscaba, la necesidad de trascender de este mundo. Es la virtud que diferencia al ser humano de todo lo demás: la obligación de proyectarse más allá de la vida real. No es un paso hacia la muerte ni la búsqueda de una especie de remisión de los pecados, sino la inquietante y a veces devastadora, realidad de la condición humana.
Fotograma Fijo es un apartado de este blog dedicado al cine, en el que se reflexiona sobre momentos del celuloide. Si quieres participar con tu momento, escríbenos.
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